Las palabras de otro ser humano nos acompañan.
Nos brindan a la distancia o en presencia un presente que respira.
Hacen vivo el instante de esta compleja existencia.
Como un cuento arrullan el cuerpo del ser humano que lo habita.
Palabras simples y concretas, palabras y silencios.
Como los Cielos nos sostienen.
La
caricia que te doy es una necesidad de amor, es dulce y movilizante, tiene la
belleza de un atardecer frente al río.
Se hace sendero en el bosque de frondosos árboles.
Da vida al aliento de esta existencia, un instante, un sentir, un sin
dolor, ya que esa caricia se une a otro ser y allí se produce lo excelso del
encuentro, se afloja el dolor, se alegra el cuerpo y el alma, y el espíritu
bendice.
Somos con otros.
Se vive y avanza con otros.
Se ama y nos curamos con otros.
Caminamos y evolucionamos entre todos.
Un
bichito que busca la luz, camina por la oscuridad, negra, sombría, con aromas a
sombras.
El bichito va y viene, busca y busca, viene y va, busca y busca, sigue
su instinto, su intuición, sus pálpitos.
Un bichito con su luz que busca más luz, anda lento pero inquieto.
Camina con cierta seguridad y con mucha confianza.
Qué lindo es verlo andar, jugar por esos senderitos que transita, ver
los lugares que visita, las ramas por las que se trepa, es un artista en lo
suyo.
Anda y anda, busca y busca. Juega con lo que se tropieza en su camino,
lo incorpora en su andar, va lento paro va, busca más luz, también hay más
sombras, pero también más luz.
¿Será el famoso y conocido bichito de luz? Mucho no importa, pero la luz
se ve en él. Juega en la luz y las sombras.
Busca y busca, anda y anda.
Juntemos las partes. Juntemos cada uno de nuestros doloridos y no tanto pedazos de este ser que somos. Juntemos con amorosidad el pasado con el presente, que será entonces un nuevo pasado del incierto futuro mas allá de esta pandemia u otras. Unamos con paciencia y calma o en caos, cada mínima partícula como un joyero de alta precisión que busca y ajusta, que mira con su ojo entrenado las piezas que darán ese tic tac preciso y precioso. Dediquemos el tiempo que podamos pero que solo nosotros podemos crear, demos el espacio a tan delicada tarea, como un niño que arma su torre con maderitas de troncos, de golpe se caen todas las piezas, pero jugando las vuelve a armar.
La
tristeza nos acompaña. Es aquella compañera de la alegría, van juntas, de la
mano. Se cuidan una a otra. Ellas nos guían en el andar, en el camino, en las
vueltas en esta vida, en este juego intrépido de vivir.
Al escribir sobre estas amigas de viaje las vemos en sus distintas
instancias, es la necesidad propia de hablar de ellas y con ellas. Un sentir su
presencia en nosotros, una sensación, un estado de conciencia que nos hace
pensar, observarnos y observar. Un momento, un breve o largo momento para
seguir andando.
¡Bienvenida tristeza! y gracias
por ser amiga de la alegría.
Las historias de los otros nos enseñan tantas cosas!!!
Sus vivencias, sus momentos, sus instantes. Pero por supuesto, esto que vemos de los otros es nuestra percepción, por lo menos la mía. La realidad de esa vida solo la sabe quien la vive como cada uno de nosotros la nuestra. Percepciones que apenas comprendemos, pero que vivimos con intensidad o con la que mejor podemos.
Leía una una nota de una enfermera española, contagiada por segunda vez con el covid19, y la esta viviendo como mejor puede. Una historia como de novela. Y tantas historias de cada ser que hoy transita su vida como mejor puede, con sus ilusiones, realidades tan complejas, tan presentes.
Somos únicos, somos seres irrepetibles y en evolución. Un misterio el de un día de vida.
Un
instante, solo un instante basta
para que el cambio se produzca.
Un instante que nos permite decidir
de una u otra manera, un instante.
La conciencia de un instante hace la diferencia,
la conciencia que es la suma de muchos instantes.
Instantes llenos de vida, instantes,
sólo instantes, y tanto más.
Jorge Contegni
